24/03/2011, función 2: mujeres y hombres coinciden

Gran espectáculo. Sin ninguno de los problemas técnicos y no técnicos que nos atenazaron y condicionaron en el estreno. Si el primer día alguien habló de estar fuera del papel (aquella sensación angustiosa del actor cuando se sabe espectador de sí mismo, anticipándose un microsegundo a lo que hará, a lo que dirá, luchando contra sí mismo por recuperar sensaciones vividas en momentos anteriores), el segundo fue un campo trufado de pruebas y descubrimientos, de juegos no perceptibles por el público, pero que se ponen a disposición de los otros actores como invitación a volver a crear juntos. Glory days, que diría the Boss.

Entre cortinajes, antes de salir a escena, seguimos intrigados el comportamiento del público: ¿se sentará en la primera fila o se protegerá en un rincón de la octava? ¿Seremos capaces de llevar hasta el clímax de la tragedia al grupo de la 4a, junto al pasillo, que no para de reir? ¿Vendrá alguien conocido o son todos anónimos? Ayer, curiosa equidad. Contamos uno a uno todos los asistentes y justo la mitad eran mujeres y la otra mitad, hombres. La curiosidad nos asalta: ¿la recepción del público depende de su sexo? ¿Las mujeres se identificarán con la combativa y reivindicativa Antígona? ¿Los hombres compartirán los motivos que impulsan el comportamiento de Creón?

El mérito del texto de Anouilh es indudable: está en su contemporaneidad absoluta, en su magistral modulación del conflicto, en la capacidad de ofrecer a sus personajes razones para creer a la vez en lo divino y en lo humano, en lo individual y en lo colectivo, en lo racional y en la emoción. Y ahí no hay sexos que valgan. Porque ayer la coincidencia en el público fue notoria: un gran texto que sirve de palanca a los actores para proyectar hasta las nubes sus personajes, sean mujeres, sean hombres.

Gracias, público de ayer: vosotros sois los héroes.